En una cadena alimentaria sencilla donde el león es el consumidor final, el flujo de energía comienza con el sol. Las plantas, productoras de esta cadena alimentaria, convierten la luz solar en energía química mediante el proceso de fotosíntesis. Esta energía se almacena en los tejidos de las plantas, que sirven de alimento a los consumidores primarios, normalmente herbívoros.
En este ejemplo, supongamos que el consumidor principal es una cebra. Las cebras se alimentan de pastos y otras materias vegetales, obteniendo energía de las plantas que consumen. Mientras comen, las cebras transfieren parte de la energía almacenada en las plantas a sus propios cuerpos.
Los leones, los consumidores secundarios, se alimentan de cebras y otros herbívoros. Cuando un león caza y captura con éxito una cebra, consume su carne. A través de este proceso, la energía almacenada en el cuerpo de la cebra se transmite al león.
A medida que el león digiere la carne de la cebra, extrae nutrientes y los convierte en energía que alimenta las actividades de su cuerpo, como cazar, correr y mantener la temperatura corporal. El león también puede almacenar parte de la energía en forma de grasa para uso futuro.
Los descomponedores, como las bacterias y los hongos, también desempeñan un papel crucial en este flujo de energía. Después de que el león consume a la cebra y deja sus restos, estos descomponedores descomponen la materia orgánica sobrante y liberan la energía restante al medio ambiente. Esta energía luego puede ser utilizada por las plantas, iniciando el ciclo de nuevo.
Es importante señalar que en cada paso de la cadena alimentaria, parte de la energía se pierde en forma de calor. Esta pérdida se debe a que ningún organismo es 100% eficiente a la hora de convertir toda la energía que consume en su propia biomasa. Por lo tanto, la energía disponible en cada nivel disminuye a medida que avanzamos en la cadena alimentaria, lo que da como resultado una estructura energética en forma de pirámide.